Te necesito. Me sobras. Te amodio, como a Campofrío, que no hace tanto reflejó tan bien cómo los sentimientos contrapuestos nos hacen tan humanos. Me atraes y me repeles, como a todos los grandes anunciantes que también saben que sin ti no se podría comunicar un mensaje complejo en 20 segundos o en una valla que vemos de pasada desde el coche.
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Para presentar a un personaje y que, de buenas a primeras, el público reconozca su rol (madre, doctor, enfermera, mecánico… todos ellos blancos y hererosexuales) nos haces falta como el aire, pero al mismo tiempo nos estás ahogando.
Pero si hemos sido dóciles contigo, convéncete, eso se va a acabar. Cada vez hay más anunciantes que hacen sus guiños contra ti. Por ejemplo, en Irlanda, Skoda, acaba de lanzar una campaña en la que atropella tus tópicos sobre mujeres al volante. Sus vecinos del Reino Unido han endurecido la regulación de los códigos publicitarios para luchar contra los estereotipos de género. Su Autoridad de los estándares de la publicidad proclama que resulta inaceptable, por ejemplo, que se transmita una imagen de la mujer como única responsable de la limpieza y cuidado del hogar.

Las cosas han cambiado mucho, hasta entre las muñecas de Lego o Barbie podemos encontrar astronautas o científicas. Está claro que estás perdiendo terreno. ¿Y no podríamos pasar de ti y dejarnos de personajes estereotipados? ¿Qué tal si en lugar del médico de toda la vida presentamos a una doctora oriental, junto a un enfermero obeso y que atienden a una fontanera árabe? Seguramente podríamos, aunque mucho me temo que perderíamos valiosos segundos para que nuestra población objetivo asimilara que estamos representando los mismos papeles pero con distintos actores, pero pensándolo bien, ¿perderíamos o ganaríamos?