

Hace unas semanas, ocho personas (vloggers, para más señas) se subieron a una valla publicitaria a pasarlo mal. El asunto consistía en mantenerse de pie durante el mayor tiempo posible, aguantando la intemperie de Londres y otro buen número de perrerías solicitadas en tiempo real por los internautas. El objetivo era demostrar ser un superviviente comparable a Lara Croft, la ya-no-tan-neumática protagonista del videojuego que se promocionaba con la acción: “Rise of the Tomb Raider”.
La iniciativa, que innegablemente tiene su punto, plantea alguna que otra pregunta. Bueno, quizá solo una: ¿Será este el mascarón de proa de una serie de acciones publicitarias con el protomasoquismo y la pseudotortura como base?
En un sector como el de la comunicación, obsesionado por aferrarse a las “cosas de verdad”, no resulta tan descabellado pensarlo. Recursos como apelar a “historias bonitas de alto componente humano” (llevar agua potable a aldeas sin recursos o traerte a la cena de Nochebuena a tu hijo que trabaja en Belgrado) empiezan a sonar a “been there, done that”. Siguen siendo iniciativas loables, pero dan síntomas de empezar a perderse en la cacofonía del mainstream. Su capacidad de aportar diferenciación se difumina.

Quizá el auge y la democratización del streaming en vivo (del cual la acción organizada en Londres sacó buen provecho) sea precisamente el abono que precise este nuevo formato para florecer. Que a nadie le extrañe que, en estos momentos, al equipo creativo de una pequeña agencia sueca se le esté pasando por la cabeza marcarse un “Human Centipede” para dar a conocer ese nuevo yogur que tanto favorece el tránsito intestinal.
Nota: Este artículo ha sido publicado en el número de diciembre de 2015 de la Revista Üalà.